jueves, 1 de mayo de 2014

COLUMNA DE OPINION.COMO UN JEQUE ARABE




 Como un auténtico jeque árabe me recibió, hace una semana, la noble y mágica ciudad de Salamanca, tapizada de una cálida piel pétrea a través de cual la Historia respira, con sus luces y sus sombras. Fueron, esta vez, sus luces, las que me acogieron, hospitalarias, en las aulas del edificio histórico de esa Universidad que compartió con París, Oxford y Bolonia los manjares más preciados del intelecto en el medievo y ha sido, desde entonces, un monumento vivo al saber. El sapo, símbolo de la lujuria que debían evitar los estudiantes, y que todo turista que se precie trata de encontrar en la soberbia fachada de la Universidad, comparte gloria para el visitante con las calaveras, nos amenaza con provocarnos una cervicalgia y nos recuerda, como hace Freud con insistencia, que nuestra existencia mortal va de la mano del sexo y de la fría muerte. Muy cerca del sapo, la estatua de Fray Luis de León entona su revolucionario “carpe diem”, “como decíamos ayer”.

            Con el orgullo de representar a Andalucía en la organización de la primera Olimpíada Filosófica de España, e intentando arropar maternalmente a las dos jóvenes estudiantes sevillanas de Bachillerato amantes de la sabiduría y acompañar a sus profesoras, tuve el enorme placer de rejuvenecer, una vez más, como el mismísimo Dorian Gray, gracias al homenaje a los nietzscheanos instintos vitales de los 38 finalistas procedentes de 12 Comunidades Autónomas. Rejuvenezco sin pasar por quirófano, esa chistera blanca y aséptica de la cirugía en la que tantas horas ha pasado mi amiga Josefina Pelegrín, médica anestesista y psicóloga sevillana, de cuya compañía y desbordante ingenio he disfrutado en tierras charras. Josefina alaba los efectos benéficos de mi trabajo, ella que siempre ha estado tan cerca de la vida, tan cerca de la muerte. Mi mujer, fisioterapeuta, completa el equipo médico de este improvisado jeque árabe, haciendo posible que me pueda columpiar en su sonrisa, una sonrisa joven que parece haber bebido con fruición el secreto elixir de los alquimistas. 
 


            Los muros de la Universidad de Salamanca que gozaron en silencio con el fluido verbo de Unamuno o de Nebrija han sido testigos, de nuevo, de los vuelos arriesgados de la razón discursiva y la vitalidad del pensamiento crítico, de la importante función social de la Filosofía como orientación radical en el mundo, como diría Ortega, y eficaz antídoto frente a la mediocridad y la estupidez. Y todo ello, gracias al entusiasmo y los sueños de una juventud maltratada, “como decíamos ayer”.

Rafael Guardiola


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